viernes, 9 de septiembre de 2016

Un traductor estegosaurio

Miguel Azaola, editor y traductor especializado en literatura infantil, nos cuenta cómo coincidieron los elementos para la traducción de Conocí a un dinosaurio (Ekaré, 2016) (I Met a Dinosaur en inglés), del autor Jan Vahl y el ilustrador Chris Sheban.  
Cuando mi amiga Carmen Diana Dearden, presidenta de Ediciones Ekaré, me sugirió que tradujera I Met a Dinosaur, confieso que me lo pensé un poco. Nunca me han interesado demasiado los dinosaurios. Por muy simpáticos y amables que me los pinten, como es el caso de las maravillosas ilustraciones de Conocí a un dinosaurio, su aspecto tirando a monstruoso me ha producido siempre un desasosiego que no disminuye por el hecho de que hayan pasado todos ellos a mejor vida hace una porción de años, según dicen los que saben de estas cosas. Si a ello se suma el repeluco que invariablemente siento ante cualquier reptil, ya sea saurio, ofidio, quelonio, agente secreto o inspector de hacienda, la sugerencia de mi amiga, en principio, no me resultaba demasiado apetecible.


Sin embargo, cuando comprobé que el texto en inglés estaba estructurado en una cadena de estrofillas más o menos rimadas, me fui animando poco a poco, y al cabo de unos días me dije: ¿por qué no? Al fin y al cabo siempre había disfrutado enfrentándome al desafío de los ripios de unos y otros: Roald Dahl, Gianni Rodari, Maurice Sendak. De hecho, me encanta traducir libros en verso. Incluso ha habido ocasiones en que las traducciones al español de ciertos textos para niños me resultaban tan sosas y tan faltas de chispa (algo que ocurre a menudo: la gracia esencial de las expresiones más sencillas rara vez tiene verdadera traducción) que decidía embarcarme en recreaciones rimadas que, sin traicionar el espíritu del texto original, eran por lo general bastante más atractivas tan sólo por la gracia de la rima. Pero me estoy desviando del asunto porque en realidad no es de eso de lo que quería hablar, sino de mi súbita inmersión en la paleontología. 

















El caso es que acepté por fin traducir el libro. Y, como era de esperar, lo primero que me alarmó cuando me metí en esa faena fue mi enciclopédica ignorancia en materia tan ajena a mis intereses y aficiones, de modo que, como no me gusta dar gato por liebre y pontificar sobre temas que desconozco (no porque me importe ser un pedante, cosa que ya no tiene remedio, sino porque me aterra que me pillen en un renuncio) me puse a averiguar cosas sobre el mundo de los grandes saurios prehistóricos. Y, para sorpresa mía, todo me pareció fascinante: las fabulosas dimensiones, la variedad de especies, las costumbres, los entornos; por no hablar de los nombres espectaculares y rimbombantes que los sabios les han ido dando a semejantes bichos: estegosaurio, diplodocus, iguanodonte, tiranosaurio. Lo malo es que tenía que meterlos en mis rimas, lo que complicaba un tanto el trabajo. Pero al fin, después de muchos ensayos, vueltas y revueltas, idas y venidas, llegué a una traducción más o menos rimada y ritmada que me pareció que hacía suficiente justicia al más o menos rimado y ritmado original.


Sin embargo me faltaba el postre: la última página del libro, en la que debían figurar ciertos datos básicos de identidad de cada una de las especies que mencionaba la historia. Y entonces me encontré con que ni el texto en inglés era fiable ni mis fuentes eran homogéneas. Por ejemplo, tan pronto me daban una medida para uno de mis bicharracos como me daban otra que podía ser el doble, o incluso otra más que podía ser una tercera parte. Al final tuve que optar por los datos que me parecían más fiables, pero ello supuso adentrarme más y más en la espesura de innumerables publicaciones dinosaurológicas. ¿Me estaría convirtiendo, a pesar de mi alergia inicial y contra todo pronóstico, en un especialista en la materia?

No sé como serán mis ripios de acertados o de graciosos. A mí me lo parecen, ahí están, y espero que al autor, si entiende español, le guste leerlos. Ojalá. Pero hay una cosa que si sé: los datos de la última página del libro son tan fiables como que me llamo... Por cierto, ¿cómo me llamo? Tendré que mirarlo en la portadilla. A lo mejor soy un estegosaurio.

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